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Aunque el Oriente Medio se ve convulsionado por una serie de guerras tan cruentas como caóticas y Rusia es objeto de sanciones económicas a causa de la voluntad apenas disimulada de Vladimir Putin de apoderarse de trozos de Ucrania, la recuperación del autoabastecimiento por parte de Estados Unidos ha servido para impedir que suba el precio internacional del crudo. Por el contrario, para sorpresa de muchos analistas, últimamente ha bajado un poco. En el corto plazo, sería beneficioso para la Argentina que la tendencia se prolongara por un par de años más, ya que tendrá que continuar gastando muchísimo dinero –al menos 12 mil millones de dólares anuales– para importar energía, pero si las grandes empresas del sector prevén que los precios del crudo y del gas se mantendrán a su nivel actual, serían reacias a arriesgarse invirtiendo miles de millones de dólares en un país que, a juicio del resto del mundo, dista de ser confiable.
Si bien el yacimiento neuquino sigue siendo el as en la manga de la Argentina, aun cuando el próximo gobierno lograra congraciarse pronto con los mercados de capitales, no le sería tan fácil sacarle provecho como muchos todavía suponen. Se estima que, para explotarlo plenamente, se necesitarían decenas de miles de millones de dólares anuales (en la actualidad, YPF, una empresa chica conforme a las pautas mundiales, sólo puede invertir aproximadamente 3.000 millones y Petronas acaba de anunciar 550 millones). Pero difícilmente vendrán en las magnitudes necesarias hasta que se haya puesto fin a la pelea con los holdouts y la Justicia norteamericana que, nos guste o no, desde el punto de vista de los directivos de las corporaciones multinacionales, importa mucho más que la nuestra. Mientras tanto, seguirán encontrándose otros yacimientos, acaso menos promisorios que Vaca Muerta pero ello no obstante aprovechables, en distintas partes de África, Asia, Europa y América Latina. Si ha sido escaso el impacto en los mercados internacionales de los conflictos en países petroleros como Rusia, Irak e Irán, o el desgobierno rencoroso que está depauperando a Venezuela, el mundo podría prescindir fácilmente de Vaca Muerta hasta nuevo aviso.
En el transcurso de la "década ganada", el país dejó pasar la oportunidad histórica para modernizar sus estructuras que le fue brindada por una coyuntura internacional extraordinariamente favorable debido al aumento del precio de los commodities agrícolas que exportamos y, para el resto del mundo, tasas de interés muy pero muy bajas. De no haber sido por la actitud combativa y transgresora asumida por el gobierno kirchnerista, Vaca Muerta ya se hubiera convertido en un polo de desarrollo potentísimo que estaría aportando recursos suficientes como para permitirle al país afrontar con confianza los desafíos planteados por la globalización.
Cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se enteró de la existencia en Neuquén de un yacimiento petrolero y gasífero de dimensiones insólitamente grandes, reaccionó privando a los españoles de Repsol del grueso de su paquete accionario en YPF. Parecía creer que, por ser tan impresionante Vaca Muerta, el país no tardaría en verse inundado por un torrente de capitales que le sería dado tratar como el dinero procedente del campo, pero sólo logró asustar aún más a los inversores. Aunque a fines del año pasado el gobierno procuró reconciliarse con la comunidad internacional compensando a Repsol y empresas que habían ganado juicios ante el Ciadi, además de alcanzar un acuerdo con los países del Club de París, los esfuerzos no resultaron suficientes, ya que también tendría que incluir un acuerdo con los holdouts. Tal y como están las cosas, el país no podrá normalizar su relación con el resto del mundo antes de mediados del 2016; aun cuando el próximo gobierno resultara ser un dechado de eficiencia y sentido común, no estaría en condiciones de reparar enseguida los daños ocasionados por el caprichoso voluntarismo kirchnerista.