Un diplomático europeo salió de la Cancillería en los últimos días aturdido por una revelación. Su interlocutor, un alto funcionario argentino, lo había notificado formalmente de una novedad: "Los aliados estratégicos de la Argentina son China y Rusia", le dijo.
Un diplomático europeo salió de la Cancillería en los últimos días aturdido por una revelación. Su interlocutor, un alto funcionario argentino, lo había notificado formalmente de una novedad: "Los aliados estratégicos de la Argentina son China y Rusia", le dijo.
El diplomático extranjero sabía de esas cercanías, pero nunca imaginó que se explicitarían de manera tan clara y franca. El jueves pasado, en la conmemoración del desembarco de la dictadura en Malvinas, Cristina Kirchner llevó al paroxismo su discurso de rancio nacionalismo. Después de recordar como una "invasión" el descubrimiento de América (¿qué sería de ella, descendiente de españoles, sin la hazaña de Colón?) y las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, la Presidente lanzó su frase más encendida: "Hemos sido sometidos al pillaje, al colonialismo, al robo". La confesión de aquel funcionario de la Cancillería encontró su confirmación implícita en el discurso tribunero de la Presidente.
Cristina Kirchner dio vuelta la política exterior argentina establecida desde 1983. Los presidentes Alfonsín, Menem y Kirchner (éste en su primera etapa) tuvieron tres prioridades en sus relaciones internacionales: América latina, con centro en Brasil; los Estados Unidos, y Europa. Cada uno de esos presidentes cambió el orden de las prioridades, pero no las prioridades. Es cierto que Kirchner dio un giro significativo y enigmático en 2005. Pasó de reunirse con George Bush en la Casa Blanca, a quien hasta le tocó amigablemente la rodilla, a la cumbre americana de Mar del Plata, donde enfrentó con agresividad al presidente norteamericano. Nunca se explicó esa drástica modificación de la política exterior, pero es comprobable que a partir de entonces cobró relevancia la relación del kirchnerismo con Hugo Chávez.
La política aislacionista del kirchnerismo puede verificarse con sólo mirar la agenda internacional de los últimos doce años. Nunca vino al país en visita oficial un presidente o jefe de gobierno italiano. Es un paréntesis único en la historia por la enorme colectividad italiana que vive en la Argentina. El rey Juan Carlos vino por última vez en 2003, pocos meses después de que asumiera Kirchner, y no volvió nunca más. La colectividad española en la Argentina es a veces decisiva, por su tamaño, en las elecciones de España. El entonces príncipe Felipe (hoy el rey de España) vino en 2011 a la última asunción de Cristina, pero ésta lo trató muy mal cuando el actual monarca le pidió por la "seguridad jurídica" en el país.
Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, fue la última figura importante del gobierno norteamericano que visitó la Argentina, hace ya cinco años, pero se fue diciendo que no tenía ganas de volver nunca más. Barack Obama nunca invitó a Cristina Kirchner a la Casa Blanca. Cristina le respondió con resentimiento. La Argentina, en síntesis, fue borrada de la agenda de giras de los líderes del mundo, salvo, en efecto, de la de los de China y Rusia.
El realineamiento de la Argentina cristinista no es sólo retórico. China se encargará de construir en el país dos centrales nucleares y Rusia levantará una tercera. "Eso ya es otra cosa. Le está metiendo el dedo en el ojo a Occidente", precisa un diplomático extranjero. Todo lo que sea nuclear es especialmente sensible para las naciones occidentales. La relación con China es necesaria; es una potencia económica que ningún país desprecia. Otra cosa son los acuerdos firmados recientemente, en los que China aplicó aquí los formularios de los acuerdos que establece con África. Son convenios precoloniales. Cristina los aceptó porque los chinos la ayudan a dibujar las reservas del Banco Central.
Rusia es más inexplicable. No es una potencia económica, aunque sí lo es como protagonista militar. Los dos países "estratégicos" para la Argentina tienen una sola cosa en común: no son democracias clásicas, persiguen a los opositores, niegan la libertad de expresión y amenazan a las minorías políticas y sociales disidentes. Uno, China, lo hace en nombre de un Partido Comunista, y el otro, Rusia, en nombre de la nostalgia soviética. Esas alianzas argentinas sólo pueden explicarse en la melancolía kirchnerista por los años 70, cuando China y Rusia eran baluartes de la izquierda mundial. Ese mundo dejó de existir hace por lo menos 30 años.
No se necesita viajar tan lejos para descubrir la excepcionalidad argentina. Diplomáticos norteamericanos y europeos cuentan que en Brasil, Chile y Uruguay les responden de la misma manera cuando les preguntan por la Argentina: "Con la Argentina no se puede contar. Es totalmente imprevisible". La Argentina es también el único país del continente que defiende ciegamente el régimen venezolano de Nicolás Maduro. Hasta el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa suelen aclarar que ellos no son los mismos que "los locos de Caracas". Washington decidió volver a Centroamérica y el Caribe para llenar el vacío que está dejando la pobre Venezuela, pero aparcó cualquier aproximación con la Argentina, Bolivia y Ecuador. Brasil será siempre, en la coincidencia o en la disidencia, un interlocutor privilegiado de Washington.
Un ejemplo posible es Brasil. Una cosa es disentir de los Estados Unidos dentro de Occidente, como lo hace Brasilia, y otra cosa es desplegar esas discordias con Washington fuera de Occidente, que es lo hace Cristina Kirchner. Desde ya, ese cambio drástico de la política exterior argentina les sirve a los intereses de China, de Rusia y también de Irán, todos decididos a poner un pie (o los dos) en América latina. Son relaciones fáciles desde la política y la economía. Ninguno de esos países le pide nada sobre valores democráticos o sobre la necesidad de respetar las reglas homologables de la economía. Nunca habrá en Moscú o en Pekín, en definitiva, una Roberta Jacobson, la subsecretaria norteamericana para América latina, que le acaba de hacer una muy dura crítica a la economía cristinista.
Es cierto -por qué no decirlo? que el cristinismo hace uso y abuso de los errores de Occidente. Sólo la necesidad de Obama de serenar su frente interno, convulsionado por los incipientes acuerdos con Irán, puede explicar que haya decretado que Venezuela es un peligro para la seguridad norteamericana. Un país que no tiene dólares para comprar papel higiénico, ¿qué peligro podría significar para la principal potencia militar del mundo?
Gran Bretaña anunció un refuerzo de su base militar en las Malvinas por el temor a que la Argentina, ayudada por Rusia, desembarque otra vez en esas islas. La Argentina no tiene capacidad militar ni siquiera para trasladar a sus soldados a las Malvinas, y Rusia no se meterá en una guerra con la OTAN en el confín del Atlántico Sur. El poder militar argentino se reduce al espionaje interno del general Milani. Esto lo sabe el gobierno de Londres. Lo confirmó la información sobre el espionaje británico en el país que filtró el ex espía Edward Snowden. Gracias a la provocadora política del kirchnerismo, el gobierno británico está usando de nuevo las islas Malvinas como una herramienta electoral. El 7 de mayo próximo habrá elecciones que decidirán la continuidad o no del primer ministro David Cameron.
Sólo la necesidad de su política interna, y de su destino personal, podrían explicar también la política exterior de Cristina Kirchner. Con Chávez muerto y con Fidel Castro en las oscuras postrimerías de su vida, la presidenta argentina se imagina como la próxima referencia de la izquierda latinoamericana. El tamaño de sus ambiciones fue siempre proporcional al de sus fracasos. (Fuente: Diario Veloz-Joaquín Morales Solá).