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Siendo el país con la mayor producción petrolera del mundo, que abarca cerca de 11.5 millones de barriles diarios, ningún acuerdo en la OPEP era posible sin su concurso, y en un cambio de dirección en su complaciente relación con EEUU, esta vez accedió a tomar acciones, no necesariamente a favor de los intereses de la OPEP, sino como una advertencia a su aliado occidental.
No fue ninguna casualidad que el mismo día 28, el congreso estadounidense anulara el veto del presidente Barack Obama a una ley que permitiría a las familias de las víctimas del 11-S demandar al Reino de Arabia Saudita y sus dirigentes por el apoyo que este país habría brindado a Osama bin Laden. Doce de los diecinueve terroristas que llevaron a cabo el ataque del 11-S contra las torres gemelas de Nueva York, provenían de Arabia Saudita. Dos de ellos fueron reportados como hijos de un ex-secretario de la embajada saudita en Washington. Inmediatamente después del ataque, numerosas personalidades adineradas sauditas, incluyendo a unos doce miembros de la propia familia bin Laden, fueron trasladados urgentemente fuera del país en aeronaves privadas que salieron de Los Ángeles, Washington, Boston y Houston con expresa autorización de la Casa Blanca y sin ser requisadas por las autoridades gubernamentales, justo cuando el espacio aéreo estadounidense permanecía clausurado.
Los débiles argumentos de Obama contra la ley por las supuestas demandas que generaría contra su país desde el exterior, no evitaron que los partidos demócratas y republicanos, incluso con el apoyo de la candidata presidencial Hilary Clinton, respaldaran la primera anulación de un veto en los casi ocho años de mandato de Obama, con una abrumadora votación de 348 contra 77 en la cámara de representantes y de 97 contra apenas uno en el senado.
La respuesta de Arabia Saudita no se hizo esperar. El acuerdo de la OPEP era una clara advertencia de lo que estaba dispuesta a hacer si EEUU decidía olvidar las décadas de alianza política y económica que ambos países habían consolidado. Arabia Saudita ha sido siempre un aliado estratégico de EEUU, y su mayor proveedor de petróleo barato. De Arabia Saudita dependía ahora que EEUU mantuviera su estrategia de controlar el precio bajo del crudo, provocar el colapso de las economías de Rusia, Irán y Venezuela, y hacerse con el dominio de sus recursos petroleros, particularmente con las reservas probadas de 298 mil millones de barriles que tiene en su "patio trasero" y que la oposición venezolana está dispuesta a estregarle en bandeja de plata. EEUU sabe que el llamado "pico petrolero" no pareciera estar muy distante. Los geocientíficos aseguran que la rata máxima de extracción de petróleo no tardaría mucho en llegar, y a partir de entonces, la tasa de producción entraría en una fase de declive terminal que, según los investigadores Richard Miller y Steven Sorrell (2014), podría producirse antes de 2030.
Ante esta demoledora certeza, la advertencia de Arabia Saudita ha surtido efecto. En un cambio radical sin precedentes en la historia de EEUU, el congreso de este país pudiera dar marcha atrás a su votación y permitir que el veto de Obama se mantenga. En menos de 24 horas de su anulación, el partido republicano anunció la posibilidad de votar de nuevo.
Una nota de prensa del New York Times destaca que las razones en el cambio de opinión de los republicanos no eran claras, ya que la administración Obama había argumentado ampliamente contra la ley. Pero el diario estadounidense no puede ser más inocente. Resulta obvio que EEUU entendió la advertencia de Arabia Saudita y actuará en consecuencia para que este país retome el carril y así asegurar que los precios del crudo se mantengan bajos, al menos hasta que le ponga las manos al petróleo venezolano.
Fuente: http://www.aporrea.org/