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Los científicos lograron arribar a esta conclusión luego de amarrar bolsas de malla llenas de plástico a boyas frente a la costa de California. El material absorbió en el lugar sulfuro de dimetilo (DMS), un químico producido por algas y otros microorganismos marinos a medida que se descomponen. Debido a que las aves marinas en buena cuenta se alimentan de estas plantas, el olor del DMS es una señal que siguen cuando buscan comida. De acuerdo con los análisis realizados en el estudio, algunos tipos de plástico pueden tardarse tan solo un mes en hacer suyo el olor.
El equipo investigador halló que el DMS desempeña un papel clave en la ingestión de plásticos: solo el 8% de aves que no responden al DMS comen plásticos, frente al 48% de las aves que lo utilizan como señal de alimentación.
Matthew S. Savoca, estudiante de postgrado de la universidad y autor principal del trabajo, señala que las personas creen que las aves comen plásticos porque “no conocen nada mejor o son estúpidos, o porque el plástico se parece a otros alimentos que comen […] Pero omiten que estos animales han evolucionado durante cientos de miles de años para encontrar pequeñas manchas de comida en el océano abierto”.
Savoca y sus compañeros esperan que los resultados de su trabajo motiven a la industria del plástico a producir nuevo materiales que no absorban DMS, por el bien de las aves marinas.
El ser humano echa a los océanos cada año cerca de ocho millones de toneladas métricas de plástico, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Georgia,publicado el año pasado. Por ello, no es una sorpresa que al menos un 90% de las aves marinas haya comido plástico alguna vez en sus vidas. Se estima que para el año 2050, las cerca de 200 especies de aves marinas, comerán plástico, según una investigación de la Universidad de California.
De acuerdo con National Geographic, en la década de los sesenta, solo se halló plástico en cerca de 5% de los estómagos de aves en promedio: la cifra saltó al 80% durante los ochenta. Al no ser biodegradable, el plástico flota por años en el mar, convertido en pequeños pedazos de fibra, trozos de bolsas, restos de tapas y sorbetes. Su producción mundial se duplica cada 11 años y el reciclaje de este material aún no está los suficientemente masificado como para frenar significativamente esta tendencia.