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La imagen del tío millonario que reparte billetes a quien extienda la mano está llegando a su fin entre los gobiernos de la izquierda latinoamericana. A fuerza de un dinero que ya no tienen, la exaltación del nuevo rico da paso a la moderación del venido a menos.
Tanto los gobiernos socialdemócratas -Brasil, Chile y Uruguay- como varios de los populistas -Ecuador, Bolivia, Nicaragua- sintonizan la nueva frecuencia moderada: la idea de correr la economía de una izquierda que ya no responde hacia el más dinámico carril del centro.
"Hay que tomar en cuenta que la situación económica menos favorable en toda América latina desde 2014 y el fracaso de las políticas antimercado obligaron a estos gobiernos a moverse al centro. Y la tendencia tiene un contenido adicional: buenas relaciones con Washington y modus vivendi con la oposición y el empresariado privado", explicó a LA NACION el politólogo venezolano Carlos Romero, al trazar las tendencias en curso.
Dilma Rousseff puso a un ministro de Economía lanzado a recortar los desbordes presupuestarios de un Brasil de vacas flacas. Michelle Bachelet, que hizo campaña con una agenda de izquierda, sacudió el gabinete 14 meses después de asumir en Chile. Tabaré Vázquez quiere sacar del rojo a las empresas públicas de Uruguay. Y en la Argentina, el discurso de los principales candidatos de cara a las presidenciales de octubre va en dirección a un ordenamiento de la economía.
Por el lado bolivariano, Ecuador, Bolivia y Nicaragua le arrancaron páginas al amarillento libreto populista para incentivar la empresa privada. Una empresa siempre maldecida y maltratada en la Venezuela de Nicolás Maduro, el líder latinoamericano que entona con voz más vehemente la marcha del combate al capital, sin presentar más alternativas que el caudillismo.
Mal que les pese a muchos gobernantes, los precios de las materias primas, que tenían al continente flotando en una nube de dólares, no alcanza para sostener la dolce vita con que acostumbraron a sus electorados. Y las venas de América latina seguirán abiertas con serios déficits sociales mientras no se afiance la racionalidad, lo cual está por verse.
Según Juan Carlos Hidalgo, del Cato Institute, de Washington, la moderación no es un hecho consumado.
"Hay señales que apuntan hacia una moderación económica en varios países, como Brasil, Chile, la Argentina y Uruguay. Pero aún no vimos acciones concretas que confirmen estas señales. Quizá sólo en Brasil hubo anuncios de política económica por parte del ministro Joaquim Levy, que efectivamente marcan un giro con las medidas más intervencionistas y populistas que venían implementándose en los últimos años", dijo Hidalgo a LA NACION.
Los desafíos son inmensos. El politólogo uruguayo Adolfo Garcé cree que Tabaré Vázquez, que asumió en marzo como sucesor de José Mujica, tiene la intención -pero no el margen de maniobra- de llevar adelante una agenda que modere los gastos y enderece las cuentas para sostener el crecimiento y avanzar en lo social.
"Es cierto que Tabaré Vázquez es más centrista que Mujica. Es cierto que hay diferencias notorias entre los cancilleres de ambos presidentes, Luis Almagro y Rodolfo Nin Novoa. Pero no creo que pueda afirmarse que el gobierno de Tabaré Vázquez será más centrista que el de Mujica. El presidente quiere disciplina fiscal. Logrará mucho menos de lo que intente. Para ganar las elecciones, hizo muchas promesas que cuestan dinero", dijo Garcé sobre las fuerzas internas del Frente Amplio.
Tabaré Vázquez sí que lo intenta. La semana pasada, por caso, convocó a los presidentes de las mayores empresas públicas del país, desde la telefónica Antel hasta la petrolera Ancap, para coordinar inversiones y mejorar su funcionamiento. Un comienzo sería recortar el 75% de publicidad.
Y si Uruguay es moderado por definición, Venezuela es el reverso de ese estilo manso y tranquilo. Allí, reina la desmesura de las guerras económicas que libra Maduro contra la "derecha golpista".
ADIÓS AL FANTASMA
Desoyendo el espíritu de Chávez y sus continuas apariciones fantasmales a Maduro, Ecuador y Bolivia se abrieron a la inversión privada para mantener el crecimiento y las políticas públicas que les granjearon una enorme popularidad. La propia Cuba, faro que encandiló durante medio siglo a la izquierda más ortodoxa de la región, se inclinó a la realidad de sus debilidades estructurales, se acercó a Estados Unidos para poner fin a medio siglo de enemistad y espera con los brazos abiertos la llegada de inversores extranjeros.
Con la economía marchando por el centro, la duda es si la moderación también se acabará instalando en el terreno de las instituciones políticas, sobre todo en los países más inclinados al populismo. ¿Será mucho esperar una transformación, si no hacia repúblicas liberales, hacia un populismo light, con instintos de poder algo menos dominantes?
En el caso de Venezuela, a juzgar por la conducta de la dirigencia chavista, la tendencia es a radicalizarse. Habrá más pajaritos que hablen al oído de Maduro, presión a opositores y mordazas a la prensa. Sobre sus aliados de Bolivia y Ecuador, las apuestas son variadas. Para Carlos Romero, una diferencia evidente de esos países con las dirigencias de Brasil, Chile o Uruguay es que "hay más izquierdismo verbal de parte de Correa y Morales". Para Juan Carlos Hidalgo, por su parte, "tanto Rafael Correa como Evo Morales sufrieron algunos reveses en elecciones municipales y regionales, y esto podría llevar a que empiecen a sacar las garras".
Y el politólogo Daniel Lansberg-Rodríguez arriesgó ya el año pasado, en el Financial Times, que esos gobiernos podrían inclinarse a duplicar el sistema chino, combinando el férreo control político con la tolerancia a la empresa privada. Una tentación de la que nadie está a salvo.
Fuente: Lanacion.com.ar