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Mientras que el Banco Central aplica la política de “palo y zanahoria” para tratar de calmar el dólar, el ministro Axel Kicillof busca despegarse de parte del “relato” económico oficial en el intento de no quedar mal parado una vez que ya esté fuera del Gobierno.
Ayer se calmaron tanto el dólar paralelo como el denominado “contado con liquidación” (CCL), en lo que fue la primera jornada sin tensión cambiaria de los últimos siete días.
El paralelo abajo de los $ 14 de ayer no fue producto de la magia sino de que el Banco Central salió a darle pelea en la continuidad de una táctica en la que Alejandro Vanoli, titular de la entidad, no busca ganar sino empatar frente al pronosticado proceso de dolarización previo a las elecciones.
La táctica de Vanoli, quien aspira a seguir en su puesto si Daniel Scioli llega a ser presidente, es bien ortodoxa: subir la tasa de interés en pesos y vender bonos dolarizados contra pesos y comprarlos contra dólares.
El resultado de ayer fue la mencionada baja del paralelo y el CCL a cambio de que la tasa para operaciones entre bancos de corto plazo trepó al 33% anual y los títulos públicos terminaron para abajo.
Vanoli respiró pero sabe que todo es provisional y que la batalla del dólar será larga.
Y, todo, mientras blasfemaba contra el fiscal Carlos Gonella que había presentado un recurso ante la Corte Suprema contra la operatoria del “contado con liquidación” que, además de ser rechazado, había generado revuelo en el mercado.
El “contado con liquidación”, vale la pena recordarlo, es una operatoria en la que una empresa o particular que tiene pesos en “blanco” compra un título dolarizado (que obviamente otro tenedor vende en “blanco”) y lo vende en el exterior, depositando los dólares en una cuenta en “blanco”. O sea, todo queda registrado.
Una parte del Gobierno, Gonella y Aníbal Fernández están por la demonización de esa operatoria. Kicillof se mantiene callado pero manda al Tesoro a absorber pesos vía la venta de bonos Bonac 2016 (paga cerca de 30% anual) y Vanoli hace vender bonos para aumentar la oferta de activos “dolarizados” y sube la tasa de interés.
El resultado es una situación de empate que abre un tránsito cuidadoso para los próximos meses pero con un trasfondo conocido: la Presidenta ya dio sobradas muestras de soportar muchas cosas pero no un marco de tensión cambiaria prolongada.
Cualquier cosa desearía Cristina Kirchner menos tener que devaluar y a esa postura se suma el candidato oficialista, Daniel Scioli, que no quiere ni oír hablar de que en el horizonte pueda ser necesaria una devaluación del peso.
Según los expertos, el Central debería destinar unos US$ 10 millones por día para manejar el “contado con liquidación” y mantener sostenida la tasa para los depósitos en pesos en las próximas semanas y, con eso, ver qué pasa. Nada está definido y el partido se jugará todos los días.
Mientras tanto, Axel Kicillof aparece jugando su propio partido en el intento de despegarse del resultado de algunas políticas oficiales.
En un reportaje, el domingo pasado en Página/12, el ministro se explayó en críticas, algunas conocidas como las referidas a los fondos buitre y a su odiado Paul Singer, titular del fondo NML y principal litigante contra la Argentina, y otras llamativas relacionadas con las industrias automotriz y electrónica.
Resultó significativo que después de que el kirchnerismo durante los años de su gestión incentivara el consumo en vez de la inversión productiva, el ministro salga a quejarse de que tanto la fabricación de autos como el armado de celulares son actividades que demandan muchos dólares.
Respecto de los celulares, Kicillof dijo textualmente: “Es una fiebre de consumo vinculada a un cambio cultural y tecnológico que hace más vulnerable a la economía del país”.
Con relación a la industria automotriz, entre otras críticas señaló: “La Argentina tiene once terminales pero esto no quiere decir que produzcamos autos; esto quiere decir que montamos los coches, lo cual también pone mucha presión porque nos piden que tengamos salarios bajos en dólares”.
Y sobre los celulares fue más allá en las definiciones, al señalar: “La Argentina tiene unos 60 millones de celulares, es una cosa de locos, y los compramos en el extranjero. Una parte se fabrica en el país pero es la menos tecnológica, no llega al 1 por ciento. Y además el kit para armar el celular suele ser más caro que el celular ya armado. De forma tal que si vos querés industrializar una parte del proceso te lo cobran más caro y necesitás más divisas. Quieren forzarte a importar todo. Y si importás, la balanza comercial en ese sector es absolutamente deficitaria. Y la escala de la Argentina no alcanza para producir porque nosotros somos un mercadito para esos productos”.
El ministro parece haber caído en la cuenta de que a los niveles actuales, la industria automotriz necesita unos US$ 7.000 millones al año para poder importar unidades y autopartes, y que la electrónica de Tierra del Fuego demanda en torno de U$S 3.500 millones anuales para poder armar celulares y televisores cómo lo vino haciendo en los últimos tiempos.
En otras palabras, que el relato industrial se limita a una industria orientada al consumo que depende en una medida importante de las importaciones y de los dólares que se puedan generar en otros sectores.
Desde ya que esa fotografía del sector industrial argentino es muy conocida entre los expertos pero nunca admitida por los funcionarios que buscaban hacer creer que la industria se había independizado de los dólares que generan las exportaciones del campo o el endeudamiento.
La estructura económica de los últimos años incentivó el consumo y la utilización de todos los stocks que estaban a mano del Gobierno.
Se consumieron las reservas energéticas y el país requiere importaciones de energía millonarias, tan sólo para mantener un nivel económico de estancamiento y esto a pesar de la fuerte caída del precio internacional del petróleo.
También se consumieron las reservas de divisas del Banco Central para pagar deuda (Fondo Monetario, Club de París, etc.), para atesorar y fugar divisas y además, para financiar el consumo que Kicillof impulsó durante años y ahora parece querer cuestionar.
Concluye un tiempo político y hace tiempo que finalizó la etapa en que los dólares de la soja a US$ 600 la tonelada aceitaban el consumo y la importación de un sector industrial que, siempre se supo, necesitó de divisas para poder crecer. Lo llamativo es que, en las puertas del cambio, surjan las revelaciones.
Fuente: Clarin.com