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La decisión tendrá un costo para el Estado -les pagará a las empresas la diferencia por vender afuera a valores menos atractivos- y para los consumidores, que ni se enterarán de que el petróleo se desplomó en Texas a 30 dólares. Pasó algo parecido en 1998, con el barril a 13 dólares: aquella vez, las compañías decidieron compensar en los surtidores lo que no ganaban exportando y tampoco trasladaron la caída.
¿Un reconocimiento tardío al kirchnerismo, que subsidia petroleras desde que estatizó YPF? La decisión tiene en realidad un trasfondo político. Convencido de que lo que hay por delante será más arduo de lo que proyectaban muchos de sus asesores, Mauricio Macri ha optado por atenuar los costos de la transición económica. El mejor ejemplo se vivió ayer con los aumentos en la luz. Aunque el Gobierno no se acercó siquiera a la solución de fondo, el nuevo marco tarifario fue interpretado en las redes sociales como un ataque al bolsillo. Macri parece dispuesto a aceptar un viejo principio de Durán Barba: cualquier gobierno que arranque con medidas antipáticas cargará el resto del mandado con el rótulo de ajustador.
Siempre sensible al tiempo político, Bulgheroni llegó a aquella reunión con los ministros Rogelio Frigerio (Interior), Juan José Aranguren (Energía) y Jorge Triacca (Trabajo) en sugestiva sintonía con Jorge Ávila, secretario general del gremio de la provincia de Chubut. Porque el gran meollo del asunto es el empleo: después de los episodios de Los Dragones -cuando en 2012 un grupo de 400 disidentes de la Uocra destrozó las instalaciones del yacimiento Cerro Dragón en reclamo de aumentos salariales-, ni petroleros ni sindicalistas quieren problemas.
La decisión sorprendió al establishment. Primero porque supone el entierro definitivo de la idea del shock que habían creído interpretar de la campaña electoral de Cambiemos. Y además porque es probable que desencadene reclamos en otros sectores. ¿Podrían sobrevenir, por ejemplo, pedidos de soluciones similares entre los productores agropecuarios por la caída en la soja? Son las inquietudes que empiezan a oírse ahora entre hombres de negocios que, por el momento, han decidido respaldar al Gobierno casi sin condicionamientos. Alfonso Prat-Gay, ministro de Economía, aplacó el miércoles la ansiedad de varios de ellos durante un encuentro con miembros de la Asociación Empresaria Argentina: no se puede aplicar todo de golpe y hay que buscar un equilibrio, transmitió. Él y Marcos Peña, jefe de Gabinete, explicaron allí que en algunas cuestiones -la apertura del cepo cambiario, el abandono de las declaraciones juradas anticipadas de importaciones (DJAI), las alzas tarifarias y acaso los despidos en el Estado- se podía avanzar rápidamente, pero que algunas otras requerirán una mayor dosis de gradualismo. Una leve ironía poselectoral: es lo que los empresarios esperaban si ganaba Scioli.
Aquel contacto en la Casa Rosada sirvió para aclarar varias incógnitas. Estuvieron Paolo Rocca, Héctor Magnetto, Miguel Acevedo, Aldo Roggio, José Cartellone, Cristiano Rattazzi, Enrique Cristofani, Carlos Miguens, Gustavo Grobocopatel, Federico Braun y Alberto Grimoldi, y no callaron casi ninguna perturbación. Rocca aprovechó para abordar la novedad petrolera: dijo que, aunque él podría resultar beneficiado como dueño de Tecpetrol, también era cierto que, como siderúrgico, tendría que pagar por los insumos energéticos el doble de lo que valen en el mundo. Marcos Peña contestó desde la cosmovisión de Prat-Gay: no se pueden cambiar en un segundo todos los hábitos por un precio que el Gobierno juzga coyuntural, no estructural. Distinto será si en seis meses todo sigue igual.
Macri entró a saludarlos. "Gracias por venir a apoyar, por poner el hombro", les pidió, y salió a los pocos segundos. Cordial, pero seco, como siempre con la mayoría de los empresarios. Razones de carácter que habrá que buscar en la historia personal y familiar de este presidente hijo de contratista: suele decir que los conoce bien. No sólo ha desconfiado siempre del establishment en general, sino que arrastra con varios de sus protagonistas disidencias recientes. Más de uno de los que estaban allí el miércoles viene de apostar, en todo sentido, en la campaña por Scioli.
Pero las corporaciones han decidido esperar. Algunas porque se creen frente a la última oportunidad de, como definieron los funcionarios ese día, una administración "seria". Eso explica que los industriales hayan decidido postergar sus reclamos por un dólar a 16 pesos, el piso que consideran les devolvería la competitividad. No existe una fe inquebrantable en Macri: más bien creen que necesitará tiempo para desactivar una combinación explosiva que incluye déficit fiscal del 7% del PBI, inflación alta, tipo de cambio real en un 30% por debajo de Brasil y perspectivas de paritarias por arriba del 30%. Esa noción de fragilidad en el horizonte sí coincide con la de Macri, que se molestó días atrás cuando Prat-Gay, en Davos, estimó en 25% la inflación para este año. "Más cerca del 20 que del 25%", corrigió después el Presidente.
Gran parte del inicio de la relación entre el Gobierno y el establishment estuvo abocada a apaciguar antiguas urgencias. "Éstos quieren desmantelar el kirchnerismo en unos días", se quejó en la intimidad Mario Quintana, uno de los coordinadores del gabinete económico, al advertir tantas resistencias para acordar precios. He ahí otra inconsistencia: a diferencia de Guillermo Moreno, Augusto Costa o Axel Kicillof, los nuevos funcionarios han decidido predicar una religión en la que no creen. "Se sienten en la obligación de decirte que bajes, pero en el fondo saben que la solución es otra", describió un fabricante nacional. Lo más probable es que el Gobierno obtenga por esa vía los mismos resultados que el anterior, nulos, y que la inflación se modere por carriles más clásicos, como la caída en la actividad.
Esa opción, la peor para el empleo, es la que esperan hombres de negocios que dan 2015 por perdido en rentabilidad. Durante ese lapso, el Gobierno espera tener en la oposición sólo al kirchnerismo, confrontación que, dicen sus encuestas, le reporta la adhesión del 75% de la opinión pública.
Hasta que no encuentre un nuevo líder -algo que suele llevarle tiempo-, el peronismo derrotado se parecerá más a un aliado que a un adversario. Miguel Pichetto, jefe del bloque de senadores del Frente para la Victoria, lo confirma con latigazos que repite en la intimidad. "El peor ministro de Economía de la democracia es Axel Kicillof. Yo perdí la elección por él", acaba de decir.
Será entonces un período de gracia para Macri. "El peronismo está de feria", recitan en el PJ. Es indudable que el fin de esa tregua obligará al Presidente a exhibir sus primeros resultados. La asignatura pendiente de la política argentina: probar que supo combinar dosis, urgencias y tiempos.
Fuente: entornointeligente.com