Como consecuencia de ello, la banquisa está en sus niveles más bajos, en una región que juega un papel especial en el clima global y que ya se calienta generalmente el doble de rápido que el resto del planeta.
Al final del verano, la superficie de los hielos árticos era la segunda más baja jamás registrada (4,14 millones de kilómetros cuadrados), después de la de 2012, según el Centro Nacional de Datos de Hielo y de Nieve (NSIDC) de Estados Unidos.
En octubre, solo aumentó a 6,4 millones de kilómetros cuadrados. Esto representa un tercio menos en relación a la media de 1981-2010 y la superficie más reducida para esta estación desde que se iniciaron los registros por satélite en 1979.
La climatóloga Valérie Masson-Delmotte no se muestra sorprendida: "Es un récord notable. Puede estar relacionado con los cambios meteorológicos, pero son el tipo de cosas que podemos esperar en un clima que se calienta".
Entre las causas de este récord, los vientos del sur y el calor de los océanos, a los que se añade este año el fenómeno cíclico de El Niño.
Pero en realidad el fenómeno se autoalimenta: el deshielo es una consecuencia del calor, pero también es una de sus causas.
"La banquisa tiene un papel aislante, que restringe el flujo de calor del mar (-2 °C cerca del polo) a la atmósfera, preservando así un aire frío", explica la científica, copresidenta del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Al contrario, "la falta de hielo favorece el traspaso del calor del océano hacia el aire. Esto forma parte de los círculos viciosos del clima".
Martin Stendel, investigador en el DMI, insiste en el calor acumulado por el océano en los últimos años, bajo el efecto del desajuste climático.
Fuente: http://www.nacion.com