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CARACAS.- "¡Aquí estamos, en el salvaje Oeste!" Las seis palabras del escritor Leonardo Padrón resumieron ayer, con su habitual ironía descarnada, una cadena de homicidios, linchamientos y pequeñas batallas a tiro limpio que en los últimos días golpean al segundo país más violento del planeta: Venezuela.
Como cuando un tsunami abate las costas con la primera ola, cuando llega la segunda es aún más devastadora. Así se presenta hoy la violencia en este país, conmovido por el asesinato de un joven dirigente estudiantil, consejero en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador y estudiante de Historia.
A Conan Quintana, de 28 años, lo mataron de dos disparos. De nada le sirvió al líder estudiantil su nombre de guerrero mítico, que en otras ocasiones pareció blindarlo con un escudo invisible. Tampoco su lucha constante en contra de la violencia que desangra Venezuela. Una de las balas le atravesó el cuello. A él y a su amigo los mataron en La Candelaria, barrio céntrico de Caracas de emigrantes españoles y portugueses, para robarles el vehículo en el que se disponían a regresar a sus hogares. Un tercer amigo, sentado en el asiento trasero, se salvó de milagro al tirarse y acurrucarse contra el suelo. El hecho ocurrió a muy pocos metros del Ministerio del Interior, donde ayer se congregaron los amigos y vecinos de Conan para clamar contra su desesperación.
"Es lamentable ver a La Candelaria sumergida en la inseguridad, escasez y basura, y miles de personas haciendo largas colas", escribió Quintana el mes pasado en sus redes sociales. El joven, que trabajaba de chacinador, se mostraba horrorizado por las sucesivas olas de violencia. La última es implacable.
Dos adolescentes, músicos en el famoso Sistema de Orquestas Nacionales, cayeron abatidos por el hampa. A Carlos Hernández, de 13 años, le dispararon mientras robaban en su hogar de Cantaura. Jimbert Hernández, de 15, quedó atrapado en un tiroteo callejero.
"La inseguridad en Venezuela no es un problema del hampa común, sino del hampa de paramilitares", se justificó Gustavo González, ministro del Interior y uno de los militares sancionados por Estados Unidos por conculcar derechos humanos durante las protestas de 2014. La habitual y desgastada narrativa revolucionaria que casi nadie cree en un país harto del azote de los llamados malandros. Tan fuerte fue la presión en las últimas horas que otro jefe policial se vio obligado a aparecer públicamente para asegurar que sus agentes seguirán en "lucha constante" contra el hampa.
La ineficaz acción del Estado, sumada a la impunidad judicial (de cada 100 asesinatos, sólo nueve van a juicio), provocaron que proliferen los linchamientos de delincuentes. El penúltimo tuvo lugar anteayer en Lomas de Ávila, en Caracas. Cuatro delincuentes fueron agredidos ferozmente por vecinos, después de que atracaran a una mujer que iba con su bebe.
El mismo jueves, el barrio Cementerio fue escenario de una batalla a tiro limpio entre bandas y policías, que se prolongó por más de seis horas. Algo parecido pasó en Maracay, donde hasta 1500 agentes fueron empleados para contrarrestar el poder militar de los malandros de la zona.
En un país donde está prohibido dar información oficial, son las ONG y los periodistas los encargados de suministrar unas cifras que no dejan de crecer. El año pasado, Venezuela sufrió 24.980 homicidios, según el prestigioso Observatorio Venezolano de la Violencia. Los cálculos de este año elevan en un 8% la cifra de asesinatos. Cuando Hugo Chávez llegó al poder, en 1999, se registraban 4550 muertes violentas al año.
"Hoy la madre de Conan, que trabaja como conserje, llora el asesinato de su hijo y no cuenta con recursos para enterrarlo", denunció Jesús Torrealba, vocero de la opositora Mesa de la Unidad Democrática.
Hace sólo unos días, Conan Quintana escribió en Twitter: "Se busca un país donde la juventud pueda disfrutar de nuestra adolescencia sin tener miedo a salir. Donde no nos repriman o asesinen". Es un sueño que ya no podrá cumplir y que parece imposible en la Venezuela de hoy.
Fuente: Lanacion.com.ar