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Sábado 26 Noviembre 19:18
Colombia
Luis Gilberto Murillo: "En la zona de los mineros sólo podían vivir los gringos"
El ministro de Ambiente, Luis Gilberto Murillo, habla sin tapujos de cómo fue su infancia en Chocó, de la segregación de su pueblo y de los complejos retos para proteger la selva en la que creció.
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El ministro de Ambiente, Luis Gilberto Murillo.
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Semana.com: Usted nació en Andagoya (Chocó), un municipio rodeado por unas de las selvas más exuberantes del planeta. ¿Cómo es crecer en ese lugar? 

Luis Gilberto Murillo: Andagoya es una típica población de Chocó con cerca de 3.000 habitantes y rodeada completamente de selva. Es un pueblo que por décadas fue un campamento minero en el que trabajaban cientos de gringos. Yo alcancé a vivir ese momento. En Andagoya termina el río Condoto, que desemboca en el río San Juan. Así, dos ríos dividían a Andagoya en tres. De un lado del río estábamos nosotros, el lado izquierdo del río se llamaba “andagoyita” y del otro lado, en el centro, estaba Andagoya, que era donde estaba el campamento y vivían los funcionarios de la empresa Mineros del Chocó.

Semana.com: ¿Por qué se daba esa división?

L.G.M.: Porque Andagoya vivía una situación muy particular. Fue uno de los pocos pueblos segregados del país. Es decir, en la zona de los mineros sólo podían vivir los gringos. Del otro lado, solo se encontraban unas pocas casas y selva. Andagoya tenía escuelas que las financiaba esa empresa. Como todo pueblo, tenía su iglesia y su cancha de fútbol, otras dos escuelas y casas de madera en su gran mayoría. Pero tenía cosas adicionales: un aeropuerto, una carretera.

Semana.com: ¿Cómo así segregado?

L.G.M.: La población trabajadora, que era negra principalmente, vivía de un lado, en Andagoyita, y la población directiva de la empresa, gringos etc., vivían en Andagoya. Había un planchón para pasar de un lado a otro, pero había que tener autorización para poder transitar. El tránsito no era libre ni dentro de Andagoya. Era algo un poco surreal.

Semana.com: ¿Qué pasó con esa empresa?

L.G.M.: Mineros del Chocó pasó a manos de colombianos, sin embargo, quebró al poco tiempo. Esa situación hizo que ese territorio pasara por una situación muy difícil, pero también que la gente volviera a mirar otro tipo de actividades como la agrícola, pues siempre hubo una relación muy estrecha con la selva y la naturaleza. Normalmente en Chocó, en cualquier pueblo, hay una gran relación con el río, nos hemos acostumbrado a tener muchas plantas.

Consulte: Infraestructura adaptada para el cambio climático en el Chocó

Semana.com: ¿Qué tanto se adentraba usted en la selva?

L.G.M.: Cuando era pequeño iba por lo general a buscar tierra. Buscábamos dos tipos de tierra: una que es la hojarasca y la otra la tierra de hormiga. A mí me gustaba mucho ver a la hormiga arriera llevando el material, porque hacen filas enormes para cargarla, la procesan y luego la depositan en unos sitios específicos. En esta última tierra había que tener mucho cuidado porque las serpientes siempre se hacían ahí. Desde muy pequeños nos enseñaron a respetar mucho las serpientes, pues si uno no las ataca, ellas no lo atacan a uno. Entonces yo entraba a la selva era a recoger esos dos tipos de tierra: se mezclaban y de ahí salía el abono para las plantas, eso las hacía crecer muy bien.

Semana.com: ¿Cómo era un día suyo en Andagoya?

L.G.M.: Todos los días, mis hermanos y yo teníamos que levantarnos muy temprano a regar esas plantas, que ciertamente eran muchas. Y después de terminar esta tarea, salíamos para la escuela. Eran trayectos largos, a veces en donde uno se distraía mucho, por medio de la selva; uno sabía muy bien por dónde moverse porque había muchas hojas punzantes.

Semana.com: ¿Qué tan lejos quedaba la escuela de su casa?

L.G.M.: Me quedaba muy cerca, a cerca de 10 o 15 minutos. Me gustaba ese camino porque los amigos contaban todo tipo de leyendas.

Semana.com: ¿Leyendas cómo cuáles?

L.G.M.: Lo más común era hablar de los duendes. Decían que había que tener cuidado porque a veces uno daba mucha vuelta y se perdía en la selva. La gente que se extraviaba aparecía después desconectada y como pasmada. Yo le temía a eso, pues la mayoría de veces entraba a la selva solo.

Semana.com: ¿Cómo sabía qué tanto podía adentrarse en la selva?

L.G.M.: Se sabía. El momento era cuando selva comenzaba a cerrarse y no se veía ya camino. Hasta ahí uno llegaba.

Semana.com: Usted dice que en Chocó todos crecen con una conexión al agua. ¿Cómo fue la suya?

L.G.M.: En Chocó hay muchos sistemas de quebradas donde la vegetación logra cubrir todo lo que se ve. Uno tiene que caminar por debajo, pues se forman como túneles. Yo siempre crecí con temor, pero sobre todo con respeto, a los bosques y a los ríos. La relación con el agua tenía que ver mucho también con lo que nosotros llamamos los chorros, o nacederos de agua. Cuando hay mucha escasez en verano, todo el mundo va allá, incluso hoy.

Allá hay varias cosas que uno tiene que saber, dos de ellas, que son primordiales, nadar y bailar, yo aprendí a nadar solo. De los ríos tengo muy buenas imágenes, especialmente en la época de verano entre diciembre y enero, una época de mucha felicidad. Los ríos eran cristalinos y no existía el problema que tenemos hoy con la minería que hace que los ríos estén hoy amarillos, cafés o sedimentados.

Semana.com: También se debe vivir en medio de la lluvia, la mayor parte del tiempo…

L.G.M.: Sí. En Chocó llueve mucho, es una de las regiones de mayor pluviosidad del planeta. Esto hacía que se presentaran muchas crecientes. Siempre teníamos una muy grande en mayo y otra de igual magnitud en diciembre. Yo me ponía contento porque uno no iba a clase. La lluvia me trae buenos recuerdos, pues uno jugaba fútbol bajo ella, era algo muy común. Ahora, aunque nosotros vivíamos en medio de la naturaleza y la respetábamos, lo que me generaba curiosidad en ese momento era lo que no tenía naturaleza, es decir, las ciudades. Nosotros entendíamos Bogotá o Medellín como progreso y donde queríamos estar.

Semana.com: ¿Cree que esa percepción se mantiene hoy?

L.G.M.: Sí. Yo diría que la mayoría de las personas que están hoy allá tienen la visión de que el desarrollo es igual a la ciudades, por eso nos toca generar incentivos y mucha educación para que se crea que es distinto. Esto se debe a que están rodeados de selva y esta no les ha significado mucho. El progreso es la ciudad.

Semana.com: ¿Cuándo se dio cuenta usted de que la selva es una verdadera riqueza?

L.G.M.: Lo que me pasó a mí es que cuando comencé a hacer política entendí que la selva es una oportunidad para que la gente mejore sus condiciones de vida. El tema principal en Chocó no es la protección de los bosques, sino la salida de la pobreza de la gente. Porque además, la mayor amenaza que se tiene allá para la naturaleza es precisamente que mucha gente recurre a la tala de bosques para sobrevivir. Nosotros en Chocó siempre tuvimos la inquietud de cómo lograr que eso que teníamos ahí nos sirviera para sacar a la gente de la pobreza.

Semana.com: ¿Encontró esa respuesta?

L.G.M.: Sí. Para mí esa esperanza está en las negociaciones internacionales de cambio climático. Comenzó con el protocolo de Kyoto, que como ustedes saben ha sido de los instrumentos internacionales más importantes para reducir los gases de efectos invernadero. Cuando este salió yo estaba en campaña para la Gobernación y por eso creé una plataforma ambiental para poner esa agenda en la política de Chocó. Propusimos los bonos ambientales y basados en ese protocolo construimos una narrativa que marcó el futuro de muchos proyectos en la región. En esa época le dijimos al presidente Pastrana que creara una especie de petróleo verde: que nos pagara por esos bosques y usara esa estrategia para promover el país. Sin embargo, él no quiso. Yo sólo le veo a Chocó esa salida: vivir de proteger sus enormes riquezas naturales.

Semana.com: ¿Por qué no le ve otras salidas?

L.G.M.: Porque yo vi quebrar una gigante empresa minera, y desde entonces sé que la salida no es por ahí. Eso marcó el devenir de mi generación…

Semana.com: Ahora cuando se firmó la paz, ¿usted qué expectativa tiene para Chocó?

L.G.M.: Primero, la tranquilidad de la gente, pues cerca del 70 % de la población de Chocó es víctima de los 50 años de conflicto armado, en especial en el Atrato y en la desembocadura del río San Juan, que eran donde las FARC tenían mayor presencia. Para la naturaleza, si la pregunta va por ahí, también puede existir un alivio porque las FARC estaban muy asociadas a la tala de bosques tanto en el bajo San Juan como en el bajo Atrato.

Semana.com: ¿Usted le ve solución a la minería ilegal que carcome a Chocó?

L.G.M.: Sí: que se legalice, esa es la solución. Yo creo que hay que distinguir entre luchar contra la minería que es criminal y la minería artesanal. La primera está ligada a las bandas criminales, a lavado de activos, a la guerra. Esa hay que combatirla. Pero hay otra minería que se ha hecho por décadas y que no ha tenido la oportunidad de legalizarse. Muchos de esos mineros quieren hacerlo, pero no es fácil para ellos sacar adelante esos procesos. Yo creo que a esos chocoanos hay que darles la oportunidad de formalizarle, de hacer bien su trabajo, de cumplir las normas ambientales. Eso se podría lograr con mayor presencia del Estado.

Semana.com: ¿Qué va a significar el último acuerdo internacional sobre cambio climático, el Acuerdo de París, para las selvas chocoanas?

L.G.M.: Muchas cosas. Es una enorme oportunidad. La primera es que se entendió internacionalmente, por fin, que los bosques naturales son importantes para contribuir tanto a la mitigación como a la adaptación al cambio climático. Eso no se entendía ni en 1997 ni en el 2.000. Hoy hay claridad de que la tala de árboles le genera grandes emisiones, y en países como el nuestro eso es un problema. Sin embargo, la lástima es que algunos siguen con la idea de que el país no puede basar el desarrollo de distintas zonas en activos ambientales.

Semana.com: ¿Para el país qué tan importante es el Chocó biogeográfico?

L.G.M.: ¡Muy importante! Chocó garantiza el equilibrio climático de toda esta zona. El régimen de lluvias del Eje Cafetero depende del estado de salud de nuestros bosques. Así como toda la zona andina depende de la Amazonia. Adicional a eso, el banco genético del Chocó biogeográfico es muy importante. Podría generar muchos recursos al país. Podría ser el mejor escenario para aprender a vivir de nuestras riquezas.

 

Fuente: http://www.semana.com

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