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Pensar la Patagonia desde la Nación evoca casi siempre a un pensar desde las ausencias. ¿Qué mejor imagen que la del desierto para producir otras ausencias? Aquella Argentina pretensiosa del siglo XIX creyó haber inventado a la Patagonia y así generó ausencias criminales como la de sus pueblos originarios. Ausentes en el relato fundador de la Patria, ajenas a las luchas civiles por la institucionalización del Estado, las tierras al sur del río Negro no formaron parte de esa historia nacional que se fue modelando al ritmo de la guerra y del puerto.
La región se incorporó a la Nación bajo el modelo agrominero exportador y como ella se tornó vulnerable a los mercados internacionales y a sus cíclicas crisis. Tal vez por ello en su primera memoria histórica resuena esa Patagonia rebelde y trágica de 1921, cuando la caída del precio de la lana, después de la gran guerra, desató la huelga de peones, arrieros y esquiladores santacruceños silenciada por las armas del ejército.
El petróleo y el gas renovaron la promesa de crecimiento. Ahora la "Patagonia saudí", convertida en una nueva frontera del desarrollo, en cada yacimiento descubierto renovó su expectativa por ocupar un lugar menos marginal en la Argentina agrícola-ganadera: "Cuando la producción de Vaca Muerta alcance a 1.000 pozos explotados, el producto bruto geográfico tenderá a crecer entre 75 y 100% en la provincia de Neuquén y eso impactará en el producto interno bruto del país", se afirmó con entusiasmo. Sin embargo, la crisis internacional provocada por elevado suministro global del producto cambió las reglas del juego. La caída del precio del crudo terminó afectando no sólo a la producción convencional, sino directamente a la rentabilidad del famoso shale proveniente de América del Norte y de otras fuentes competidoras como la del yacimiento neuquino.
En la actual coyuntura la paralización de la industria petrolera ha puesto en riesgo casi 5.000 fuentes de trabajo en la región. Algún dirigente sindical embravecido ha demandado soluciones bajo la amenaza de que "no solo tendrán una Patagonia rebelde, sino un país en llamas". Pero no es bueno, ni deseable, que la historia se repita.
Vale recordar aquel 1 de enero de 1922 cuando la Sociedad Rural festejó el Año Nuevo con un apoteótico homenaje al teniente coronel Varela –ejecutor de los fusilamientos de los huelguistas santacruceños– y días después anunció la rebaja de todos los salarios a un valor nominal inferior a los vigentes durante la huelga. Hoy, frente a la crisis, se negocia subsidiar por noventa días las suspensiones de los trabajadores petroleros para evitar despidos masivos.
La región se ha sostenido en la convicción de que sus recursos económicos y su posición de frontera austral son sus ventajas comparativas para negociar su despoblamiento y su extensión inabarcable con una Nación que en ocasiones es percibida como una rival. Asimismo, el paso del capitalismo globalizado no ha sido en vano y los efectos de una comunicación también global ha creado la ilusión de cercanía con un mundo de posibilidades para quien posea los recursos. Pero tal vez sólo estemos frente a eso: una ilusión. Poseer los recursos no alcanza. Hace falta soberanía política e independencia económica para convertir al "desierto" en una real frontera del desarrollo.
Por María Beatriz Gentile - Doctora en Historia. Facultad de Humanidades de la UNC.