|
Familias completas escarban en la basura para comer y ganar dinero
Los que viven de juntar los que otros tiran recolectan plástico, cobre, vidrio y papel. Al lugar de trabajo lo llaman “Cacho” o “Shopping”. Tiene sus propias reglas.
El frío corta la piel y en el cielo gris los chimangos vuelan bajo. Hombres, mujeres y niños se reúnen frente a pequeñas fogatas. Hay caballos cabizbajos con acoplados llenos de cartones y verduras rancias. El humo no tapa el olor a basura. De pronto un motor ruge y el camión blanco se acerca. Los hombres van hacia él con la velocidad que un cardumen nada hacia una miga de pan. Lo rodean, lo trepan, se suben al techo. La mole blanca no se detiene y los lleva a todos pegados, desesperados porque ahí, viene la cena de hoy.
Cata, la maestra del centro de Formación de Adultos, pasó por la Fundación Hueche y se fue a casa de María, donde la esperan sus alumnos: Verónica y Víctor. Cuando detiene el auto siete perros gordos vienen a recibirla. Adentro, María ceba mate, mientras las historias del “Cacho” se comparten en la mesa.
“Cacho o shopping, así le decimos al basurero. Hay gente que va todos los días y de ahí sacamos la comida. También se vende cobre, papel, cartón, vidrio”, explica la dueña de casa.
“Hay gente que se queda a dormir, porque junta mucho y no tienen como llevarlo. Algunos lo llevan en carro, a caballo o podés cambiar el viaje por material”, dice Víctor.
Para comer encuentran carne, pollo, las sobras de restaurantes. El papel, vidrio, cartón y cobre se venden para comprar la garrafa, remedios o mejorar la casa. Por un kilo de papel les pueden dar 0,75 centavos y por uno de cobre $35. Ellos lo juntan, lo clasifican y después pasa el camión de Poleo o se lo llevan a Solís que son los que lo compran.
A unos 300 metros de esa casa está el basurero. En el camino hacia su encuentro, los cadáveres de lechones y perros llenan el lugar de olor a muerto.
Arriba todo tiene su código. Revolver la basura se llama cachurear y las ratas son quienes juntan lo que otros apartaron. “Cuando está lindo el día se llena de gente, son como hormigas”, dice María.
Al llegar al predio una pareja quema los cables para liberar el cobre del plástico. Cuentan que fueron a buscar comida para sus cerdos.
Sobre dos piedras hay una especie de parrilla con los huesos de un pollo que sirvió de almuerzo. Tienen las manos negras y las botas de goma se les entierran en el barro revuelto con bolsas y verduras podridas.
Riesgos
“A veces se arma la rosca y te tenés que ir para el otro lado ¿Capiye?”, dice Víctor y se ríe. Es que el Cacho tiene sus riesgos. Hubo heridos con la máquina que entierra la basura, pero lo más habitual son las peleas.
“Las pequeñas discusiones en la basura pueden hacer que después te quemen tu casa o te la llenen de agujeros. Como en todos lados, hay gente buena, mala o solidaria”, dice Vero.
A las cuatro de la tarde algunos están tirados sobre las pilas de cartones. Otros se juntan y fuman en medio de la bruma que cubre todo. Una Ford Ranger estaciona y se baja un hombre de mameluco blanco. Dicen que es el playero que los organiza cuando descargan los contenedores. De repente se escucha el ruido del motor del camión blanco de la comida. Todos se preparan para correr.
“Los crié a todos (tiene siete hijos e igual número de nietos) buscando el basurero y la verdad es que me salieron sanitos”. María llegó de Entre Ríos hace 13 años y vive en Colonia Nueva Esperanza. Lorena Vincenty- Río Negro